Vamos a llamarlo Raúl, un niño de unos doce años, una personita jovial, juguetona y muy vivaz. Su familia es muy tradicional y demasiado creyente; tienen la costumbre de ayudar tanto con el diezmo y con cosas en general con el párroco de la iglesia del barrio. Raúl, por vocación propia y por consejo de sus familiares, acude a servir como monaguillo. Sus labores son llevar y organizar objetos litúrgicos en el altar, manejar el incensario, caminar en procesiones sosteniendo la estatua de cualquier santo, encender las velas, etcétera.
Raúl asiste a la iglesia como de costumbre y hace sus quehaceres sin ninguna novedad. El párroco es una persona muy amigable y le gusta entablar amistad con sus feligreses, sobre todo con los niños que asisten a la eucaristía. Raúl, en ocasiones, se siente observado por él, pero no le presta mucha atención. Ya que no deja de ser un niño que aún no sabe discernir bien las malas intenciones de los adultos, sobre todo de aquellos que poseen o ejercen un poco de autoridad sobre él.

Pues bien, al pasar de los días, se va sintiendo más el acercamiento del párroco con él. Empieza a dejarlo más tiempo del debido, buscando el momento para estar a solas con la pequeña criatura. Cuando nadie los está viendo, el presbítero empieza posando sus manos en los hombros de él, creando una conexión más íntima con Raúl. Así se la pasa unos cuantos días más; él sigue tanteando el terreno y diciéndole al pequeño que lo que está haciendo no está mal visto, la religión no lo desaprueba. Se llega al punto de naturalizar cualquier acto íntimo y sexual con el niño de doce años. Creando un dominio psicológico y emocional sobre su víctima. El párroco continúa con sus tocamientos y manipulación unos cuantos meses más, hasta que el pequeño empieza a sentir fastidio y repulsión y deja de asistir a la iglesia, abandonando sus labores de monaguillo.
Raúl ya es un adolescente, ya casi un adulto con una supuesta vida normal, pero le es difícil entablar una conexión real con alguna joven de su edad. Él se siente avergonzado de lo que vivió cuando era monaguillo en la iglesia de su barrio y no se siente bien consigo mismo, al punto de tener pensamientos suicidas.
Ahora la llamaremos María, una joven que está cursando su segundo año de noviciado. Es muy devota y, desde niña, ha sentido el llamado de Dios; ha sentido la vocación de ayudar a los demás. Siempre ha sido una buena samaritana, una buena hija, buena amiga y excelente persona. Ella ha soñado con santos y siente que su único objetivo en la vida es ser útil a Dios. A sus diecisiete años, tiene claro que, para su futuro, lo que le espera es una vida de servicio y devoción, lo que la hace muy feliz. En ese segundo año de su curso, la envían a un convento diferente del cual estaba acostumbrada. Aparte de algunas monjas con sus diferentes jerarquías, tienen la constante visita de algunos presbíteros. Los primeros días, todo marcha con normalidad. Por otra parte, la superiora repite frases tales como: «Nosotras debemos estar agradecidas por ser las novias de Dios», palabras que le resuenan constantemente. En las noches se escucha un poco de ruido en las habitaciones contiguas a la de ella, aunque aún no sabe el motivo de la algarabía. Pronto se da cuenta de la razón de no poder dormir plácidamente y soñar con sus santos. Esa misma noche le abren la puerta y es abusada sexualmente por uno de los visitantes recurrentes. Le dicen que está permitido y que ella debe cumplir con las obligaciones como novia de Dios. María, a sus 40 años, después de haber dedicado toda su vida al hábito, empieza a escuchar acerca del abuso en la iglesia de toda índole, se siente identificada, quiere levantar su voz y ser escuchada.
Estas son historias ficticias que, de una u otra forma, están basadas en hechos reales. El abuso sexual con estandarte de religión existe desde la iglesia primitiva. Desde sus inicios se han evidenciado casos de acceso carnal violento. La primera reprobación fue la Didaché, la enseñanza de los 12 apóstoles. Posterior a esta, el Concilio de Elvira, en el año 300 d.C., adopta 81 cánones y diversas leyes eclesiásticas donde se contemplan las sanciones para las agresiones sexuales a menores, especialmente el canon 71, que indica que este acto da excomunión. Por otra parte, el obispo Fructuoso del Bierzo describe penas que consisten en azotes públicos, pérdida de la tonsura, rapado a cero, encierro con alimentación a base de pan de cebada 3 veces a la semana durante 6 meses, y otros 6 meses de guía espiritual.
Realmente es irrisorio este tipo de puniciones para un acto tan aberrante como lo es el abuso a menores o, a cualquier persona. El encubrimiento institucional oculta miles de casos que se han dado alrededor del mundo; los más afectados son los niños de entre 11 y 14 años. En Colombia tenemos el caso del sacerdote Jairo Álzate Cardona, quien fue acusado de violar a un menor en 2005. El entonces obispo de Pereira, Tulio Duque, teniendo conocimiento de los antecedentes de su sacerdote, lo único que hace es enviarlo a una casa de pederastas en La Ceja, Antioquia. Donde pretende que el sacerdote medite por sus actos y sienta culpa hasta volver a reencontrarse con DIOS, Tres años después, le devuelven las licencias ministeriales. El sacerdote consigue trabajo como docente en la Institución Educativa El Dorado, donde, en 2008, volvió a abusar de otro menor. si no es por la presión mediática se podría archivar el caso. En una indagatoria con la fiscalía se le pregunta sobre este caso al obispo Tulio, quien se atreve a comparar el acceso carnal violento con los chismes que le llevan a una madre de sus hijos.
Ahora vamos con el caso de Marko Ivan Rupnik. Sacerdote esloveno y artista de vitrales conocido por sus famosos mosaicos, fue acusado por violencia sexual y psicológica a principios de los años 90. El Vaticano cerró el caso, pero bajo la presión del Papa Francisco se reabrió y finalizó con proceso judicial. A principios del mes de septiembre del 2025 se estrena en el festival de cine de Toronto un documental llamado Nuns vs The Vatican, donde se exponen los presuntos abusos sexuales, psicológicos y espirituales cometidos por Marko Ivan Rupnik a decenas de religiosas. Denuncias hechas por tres exmiembros de la comunidad Loyola. Estas historias las detallan Gloria Branciani, Mirjam Kovac y Klara (identificada solo por su nombre de pila), aunque ellas levantaron su voz para quejarse sobre el acoso de los cuales presuntamente fueron víctimas, la iglesia hizo caso omiso y nos les prestó atención.
Y ni que hablar de Marcial Maciel, fundador de los legionarios de Cristo, es uno de los sacerdotes con uno de los prontuarios más perturbadores del Vaticano; tiene múltiples denuncias de abuso sexual desde los años 40, se le atribuyen 60 casos de violación a menores y jóvenes de su congregación. Se estima que hubo 175 casos de abuso por parte de 33 sacerdotes incluyendo a Maciel, el género un poder psicológico sobre sus víctimas de tal modo, que pudo llevar una doble vida, ocultando sus actos aberrantes, el vaticano encubrió estos casos gracias a las donaciones que le daba a la institución y a la cercanía que tenía Maciel con el papa Juan Pablo II, quien escondió estos casos de la luz pública.
Cuando el papa Benedicto XVI descubrió esta bomba molotov y, al ver como el Vaticano invisibilizaba este tipo de casos de abusos para no perder credibilidad, lo llevo a pensar en su renuncia como papa, pues se hastió presuntamente de la corrupción del vaticano. En una cumbre inédita sobre la violencia sexual celebrada en 2019, se levantó el secreto y se expusieron centenares de casos de abuso sexual en las abadías, seminarios y conventos por parte del clérigo. Esto destapó una hoya podrida en el Vaticano y se convirtió en una bola de nieve emergente de encubrimiento, que ha sido difícil de parar, dejando una desazón de la forma como las autoridades abordan el tema. No toda la religión es corrupta, pues también hay presbíteros que son ejemplo para seguir, pero deja entre dicho la credibilidad de la institucionalidad. La religión católica no es la única que ha cometido abusos sexuales, las protestantes y las otras también tienen casos de este tipo, la corrupción no es un flagelo único del vaticano. Recientemente se rescataron 17 niños y adolescentes que estaban siendo retenidos por la secta ultraortodoxa judía Lev Tahor en el municipio de Yarumal Antioquia, entre los menores rescatados 5 de ellos tenían alerta por la interpol por una presunta trata y secuestro de personas. Si nos ponemos a indagar sobre el abuso bajo el estandarte de cualquier religión encontraremos miles de casos. Es hora de que las autoridades competentes tomen cartas en el asunto y dejen de ser actores pasivos. Todo con el fin de darles a las víctimas un final digno y que sus voces no queden en el olvido.
Columnista en Espejos de Tinta

Danny Morales
docente
0 comentarios